Poemas-abortos. Considérese este blog un altar de mis fetos sucesivos, está destinado a reunir las sustancias residuales. Puah… La web es la tremebunda fosa séptica que la totalidad de los poetas esperábamos desde el principio de los tiempos, el Amatitlán en donde podemos vomitar todo aquello que no se alzó a la luz de ser libro, el basurero sinfónico: la Zona 3. Y ya se sabe que en la Zona 3 nunca hubo cocaína: sólo veneno y gamezán. Maurice Echeverría.


Tres corazones

Tengo tres corazones
vivos, manchados, en rebaja, pero sirven:
el primero para el primero
que pase por la calle;
el segundo para ti;
el tercero lo podés tirar a la basura.

El retozo

El sentido 
de todo esto

es retozar.

Cualquiera puede retozar.

Los torturados. 
Los niños.
Los amnésicos.

Andrajosamente.
A media tarde.

Nada ha cambiado,
la enseñanza es la misma:
unir los cuerpos y las manos.

Todos bienvenidos.
Los impotentes sobre todo.
Retozar no cuesta nada.
Arrancarse las costras
y las máscaras. 

Yo me atreví:
hoy retozo.

Retozo
en los rincones.

Sobre cucarachas retozo. 

Viajar siempre

Darle de beber a los taxistas,
a las palomas,
cruzar 
el considerable desorden
de las estrellas,
cambiar el raído traje
a los muertos,
cantar canciones de ahogados
famosos,
comer y entonces fracasar,
decir lo que nos quema el pecho,
quedarnos calvos como la noche,
recomenzar 
el genocidio,
por las calles del mundo,
morir en vos,
mujer.  

Epístola al Señor J

Tengo un perro de sombra atornillado en el vientre, Señor J.
            Dibujaré un elefante en tu mano milagrosa y entonces tendrá que caer sobre mi frente.
            Mano serena, cubrirás mi fiebre. Mano serena, cubrirás mi voz. Mano serena, cubrirás la cólera amarilla.
            Hace frío acá abajo.
            Por lo tanto, tiemblo.
            Después de hacer el amor con ella, temblábamos.
            Lo que se enreda, lo triste y lo húmedo, lo traicionado.
            Hoy vengo a buscar el talento de lo divino. Busco porque ya no sé encontrar.
            El pasado ha envuelto el cristal. Capas y capas de pasado envuelven el cristal como vientres negros.
            La pureza es una mujer pura odiada por una mujer hermosa.
            A lo lejos, las ambulancias acuchillan el silencio.
            Esta es la plegaria de la sangre seca.
            Aquí el orgullo y la humildad.
            Aquí la culpa y el defecto.
            Me bautizan malos y buenos pensamientos.
            Devuélveme la inspiración. Dame el ansia.
            Dame a esa mujer, para purificarla con fuego. 

Los insectos


Estos insectos
que van de tu silencio
a mi silencio.

Procesiones de insectos,
brillando en la nada.

No he visto jamás
nada más inútil. 

La capilla

Esta es la capilla, 

invocando melodías
mortales y preciosas.

Es la esencial capilla

que seres luminosos edifican
en la mitad del lago cada noche.

Lo verdadero,

lo que está cosido 
a tu respiración,

lo que nace esta vez,

nace siempre.

Estos son los insectos transparentes
atraídos por la luz y lo ilegible.

Afuera son otros 
los que lamen el polvo

y lamen entonces el aire 

y guardan la saliva adorada
en cálices salados, grises.

Yo llevo, o tú llevas,
un latido sin cuerpo en el bolsillo

y hasta posiblemente uno o dos bocetos
de nuestra más compleja obra de arte.

Nadie en la noche impide
el paso a los amantes,

y todo lo que no es amor o mirada
es una tibia categoría:

es como un perro 
demasiado flaco.

Y todo lo que no es amor o mirada
avanza con escasa velocidad,

fantasma triste acorralando lo inútil.

Y todo lo que no es amor o mirada 
es negociado rápidamente

por mercenarios tostados

del otro lado de la bahía.

Nada me apartó del propósito de esperarte.

Hoy, comunes, profanos y transeúntes
me ven y me saludan o saludan

a las estatuas que me rodean
y rodeadas por la nieve.

Graves libélulas se posan en mi hombro.

Uno de nuestros
juegos preferidos

es molestar a la araña

que se ha cristalizado
en el fondo del agua.

Ya estás aquí.


II

La capilla arde, fastuosa hoguera,
álgebra que sencillamente arde.

El rescoldo, el sueño gastado 
se deshace en el bolsillo del viajero.

Hoy la mansedumbre de la dormidera
es una frazada tibia que nos cubre a ambos.

Viejos ya, nos veremos los pellejos,
los verdaderos pellejos del olvido,
pero nosotros no habremos olvidado.

En la capilla no existe el olvido. 

Haiku extended set

Soy un hombre ahora:
ocre el mundo,
yo más vivo.

(Si cansarse no fuera esto,
si hubiesen más espejos por romper,
si por cada llamada telefónica
pudiera un ángel ciego echar a volar,
entonces desde luego te llamaría
desde todos los rincones del mundo,
los más necios y los más olvidados,
y te haría una promesa de largos collares.

Algo en mí murió para siempre.
Mi única, gris opción es nacer.) 

Mis venas te buscan

Mis venas
son largas.

Se extienden
hacia todos

los mundos.

Austeros edenes.
Desiertos suntuosos.

Siguen y siguen creciendo.

Te van buscando en lo negro. 

El Rey de las Góndolas

He comido inmensas vacas
bajo el crepúsculo,
bebido la sangre
de las muñecas de plástico,
raíz a raíz arrancado
los peces blancos del agua.
Por ello seré nombrado
Rey de las Góndolas:
cuando nada sirva,
cuando todo flote.

Mamá ha llamado

Mamá ha llamado.
Nos invita a comer.
Extraño,
pero de las cosas
–la mesa del comedor,
el espejo del baño,
el DVD player y la SUV–
brota últimamente un ronroneo
inquietante, enervante, licuante.
A mi modo de verlo,
la casa se está volviendo loca.
Creo que aceptaré
la invitación de mamá.

A un contador

No te engañes.
No eres nadie.

Todos esos niños

Todos esos niños
de naturaleza tembloide,
constitución linfática,
que debieron ser hombres
pero son niños,
a los treinta, siguen niños,
y cuando exclaman
más bien balbucean,
y no sienten
pero sienten miedo,
el miedo del apellido
que es como una serpiente
colgándoles del ano,
y el silencio hace
nudos, cánceres,
en su lengua olvidada.

Cuatro sucios asesinos

Manos
oliendo
a gasolina:
cuatro sucios
asesinos.

Frías
las miradas,
las paredes:
cuatro sucios
asesinos.

Ni tiempo
de escribir
su nombre:
cuatro sucios
asesinos.

Tan desnudos
de repente:
cuatro sucios
asesinos.

Callados
y conjuntos:
cuatro sucios
asesinos.

Cuatro sucios
asesinos:
esta vez asesinados.

El almuerzo

Diez
mil vómitos,
la mar de vómitos,
toda esa bulimia,
y un barquito de papel.

Genética

Soy un hombre con los mismos genes que ayer,
los genes del quemado,
los mismos y a veces, es cierto a veces los de Whitman,
los genes de tanto muñeco de trapo
olvidado para siempre en las esquinas
sucias del cuarto sucio,
los genes de frecuentes portadores de armas, dientes, dudas,
documentos, joyas, clasificaciones,
los vanos, bellos, los enfermos genes,
los del niño inminente que aguarda su guerra,
los vanos, bellos, los menesterosos genes,
los genes de la necesaria hembra de todo Cristo,
los genes de la noche y del violinista oculto que en la noche se borra
como un mago lacerado, genes de perros que no suelen tener sombra,
los practicados genes de la gente, “la gente”,
así dicen: “la gente”,
como si de otros y no de ellos se tratase.

La creación

Bienvenidos a la creación,
al gran peregrinaje de la sangre arterial,
a la lluvia no cesando, escribiéndose.

Los templos son nuestros, son míos,
nuestros, y desde arriba es más fácil verlo todo:
las hormigas, las arrugas, las traiciones:
lo que ya no importa.

La vejez del hilo o del hábito:
lo que ya no tiene importancia.

Los dientes blancos y oscuros.

¿Necesita ayuda, señor?

Me preguntó el niño.
No, respondí.
Sólo es cansancio.
Sólo crueldad, exceso de antes y mañana.
Derrocamiento. Noche infectada
por otro virus cibernético.
Sólo, sólo la plantación de mi sangre
que está en llamas,
vaivén de muchedumbres cerebrales.
Sólo es un aire que me falta.
El más necesario, el más imprescindible, es cierto,
pero nomás uno y nomás ése,
y no moriré, hoy tampoco.

El niño cruzó la calle, desconfiado.

Mi universo abreviado

Doy un paseo por mi universo abreviado.
Dos o tres pasos me bastan
para cruzarlo entero, de cabo a rabo,
y conocer su único arrecife de monotonía,
su casi materia,
su manera a medias de ser algo,
sus dos apuntes, es decir su historia,
su cielo
pequeño pero ansioso,
su pereza,
su nada y su nadie.

Dicho de otro modo:
aquí todo es tan pequeño que no hay nada
por resumir,
ya todo está resumido a su ceniza esencial,
a su nervio.
Vivo en un nervio
que no se puede acotar, que no se puede comentar,
la belleza no existe.

Jamás habrán sindicatos,
o euforias,
o referencias,
o moneda local.
Podría dedicarme
a contar las molestas vibraciones
que brotan de abajo
y hacer con ello una antología de miserias.
Podría.
O dibujar los insectos comenervios.
También podría.

Pero no.

La calma

Pero ya sé todo de la calma.
Es la muerte.
El humo del demonio,
su paciencia, su cigarro.

He buscado como loco

Conozco ya bien
tus iluminaciones
y tus arquitecturas.

He contemplado
por mucho tiempo
los helados relojes.

He buscado como loco.

Hoy sé
que el pan
multiplicado
es solamente eso:
pan multiplicado.

Adentro del misterioso
y salobre ataúd
no hay nada:
una cubeta
y adentro
unos huesos.

Debajo de la cáscara,
más allá de la orilla,
hay otra cáscara,
hay otra orilla.

La madrugada es un pecho vacío.

Canción atea

Ya no temo:
el musgo ausente
en todas partes.

Me cubre. Te cubre.
Lo acepto.

Por supuesto

Esa perra negra, guapa,
que viene a buscar cariño,
cuando no tengo cariño para darle.

Se llama Lya.
Espera que yo le ponga
la mano encima,
y la acaricie.
Está ligeramente mojada

por la lluvia andrajosa,
por la lluvia inconforme.

Es negra, y es guapa,
y espera de mí una respuesta,
un mínimo capítulo de afecto.
En mí no hay amor,
sólo una lámpara oscura.

La perra se retira,
se aleja de mi mano.

Doy por supuesto
que esta vez no volverá.

El nómada

Nómada:
te veo,
porque no vas a ninguna parte,
te veo no ir
a ninguna parte, otra vez:
tu vida, más bien,
huye como una lógica inútil
al centro del insecto.
Trampas simples,
trampas realmente
de la memoria
te hacen pensar
que estás al menos vivo.
Trampas.
Y un insecto.
Él también
a la luz precaria atornillado,
y sin embargo es tu verdugo,
metálico y contemporáneo.
Oh, nómada, eres falso,
oh amo de tu silla de ruedas.

La página en blanco

Estás buscando
atajos cósmicos
pero en la vida
no hay atajos;
la vida es lo que es.

Estás confeccionando
estrategias,
puliendo, abrillantando
tus mejores espadas,
pero el ser es inmune
a cualquier filo, no sangra.
A veces sangra,
pero jamás nada le duele.

Estás vivo, y todo vive en ti.
Horrores y dulzuras
se tuercen y se arquean,
como hierros,
como blancos reptiles
bajo tu universal mandato.
¿Y qué?
También el tedio
–reposo de las siete ambiciones,
alfabeto de una sola palabra–
es un cuerpo.

Quieto. No te muevas.
No pretendas. No des un paso.
Que algo más sabio,
menos sudoroso,
más muerto que tú
te muestre
la durísima lección.

Porque tu sola voluntad
no basta para hacer brillar
este minuto más que los otros.
Y lo quieras o no,
tú también estás en la fila.

En un mundo divino,
en una divina ciudad,
ángeles y aves
riñen para no verte,
aunque tú no puedas verlo.

Ahora: te voy a dar
un consejo:
aléjate de las esquinas
de tu corazón,
de los vientres
que decoran
las paredes
de tu órgano lívido.
Y mientras puedas,
mi gota de odio,
mi pequeñísima gota de odio,
ve y revienta
en el único cráneo del olvido.

Así sabrás de qué está hecha
una página en blanco.

La pesadilla se complica

Las hadas lo saben,
la brisa y la muerte lo saben:
la pesadilla se complica.

Es igual en todos lados,
no hay adentro
ni hay afuera:
todos es exactamente lo mismo:
la pesadilla sigue completándose.

Hoy solamente quiero dormir
sobre sábanas y olvido.

Porque la pesadilla
está creciendo
como un pájaro
con cien venas más.

Porque la pesadilla
se contrae y se expande:
es mi universo,
lo conozco enteramente.

Me dediqué por demasiados años
a maquillar fotografías.
Nos aburre la muerte,
pero nos impresiona también y se repite.

Ángeles divididos
y detectives me buscan.
La pesadilla se complica.

Tarde de lluvia

Tarde de lluvia.
La lluvia vuelve a caer
sobre los dientes
amarillos.

Cayendo
con el acento
de lo indiferente,
de las páginas ellas indiferentes,
de las cosas olvidadas,
la lluvia.

Tarde triste,
tarde de alma lenta,
tarde ya, cayendo.

Las décadas, los muertos.

Ensayo y error

Cuentan
los primeros mayas
que el hombre
tal como hoy lo conocemos
no fue creado a la primera
sino más bien a la segunda
o la tercera,
y yo más bien pienso
que esta versión
también está por fracasar.

Pactos

pactos
he dicho pactos
cada beso es un pacto
enfermo
oxidado
es una x
pequeña
por eso te traigo
la noticia
de la muerte
de mis labios

Animal planet

Mujer de uñas
hambrientas
cruzando
el cuarto
a dos metros,
peligrosamente.
Un ejemplar
magnífico:
sus dientes
exuberantes
brillan largos
y afilados.
No es posible
acercarse,
sin riesgo
de perder la vida.
Por otro lado,
es cierto que
Dios
le ha entregado
a esta criatura
una pelambre
exótica,
de la clase
que pagan bien
en el mercado
negro.
La criatura
da muestras
de enojo,
escenificando
su danza
enardecida
y perturbadora.
Ha clavado en mí
sus ojillos
dementes.
Mí única
razonable
prioridad
consiste
en salir
de inmediato
de este cuarto,
de la manera
más lacónica
y prudencial
posible.
Un movimiento
excesivo puede
originar
una reacción
caótica
en el animal,
y de esa cuenta
resultar
perjudicial
para mi integridad
física.
No es eso
lo que
deseo,
no.
Estoy
como
hipnotizado.
Una gran pereza
de seda
me ha paralizado
por dentro.
La hembra
lo sabe perfectamente.

Largas carreteras

Largas carreteras
comienzan en mí
y desembocan en la nada.

Cosas, personas, sentimientos,
huyen por esas carreteras,
nunca volverán.

El espacio es el vacío;
pero un vacío más grande,
más insoportable que el espacio, nos rodea.

En una de esas carreteras
te alejas en tu volkswagen,
recibiendo el aire
de la libertad, libre
de mis kilómetros, libre de mí.

No te faltará jamás la leche

Conmigo no te faltará jamás la leche.

Estamos perfectamente a salvo aquí guardadas,
en una de las cien clavículas de la noche.

Afuera las patrullas cantan, es cierto,
pero nosotros ya somos las quemadas,
y ya podemos de esta torre tirarnos.

Los frustrados del universo
buscan echarnos el aceite magro de su vergüenza,
pero yo soy fuerte, y tú eres fuerte,
y los búfalos se pulverizan contra tu nuevo labio,
y se hacen polvo los relojes,
y con las uñas rascamos sin pudor el asma,
y yo soy tuya,
y tuyo junio enredado en tu pelo,
y tú eres mía, históricamente me perteneces,
pues yo te he dado y te daré tu momento más sagrado,
pues nadie sino yo sabe abrir las puertas de tus vínculos,
ni buscarte entre las sábanas bronceadas.
Yo he dejado de nadar en la larga responsabilidad de los ríos,
para corregir mi humedad en tu piedra,
y te fui a buscar a un riñón oscuro
y te di sentido y por eso te lo debo todo.

Así que calma.

Deja que sudor y rocío
se averigüen con paciencia.

No es fácil morder y no es difícil.

Ejecutaré los pájaros,
contra la poca pared de tu pecho.

Pero antes deja que asimile tus patios.

En la palabra lluvia no hay más que caricias.

No hay azúcar de tu parte

No hay azúcar de tu parte,
no te ilusionas,
no te das cuenta que podemos ser
los más niños jugando con el escarabajo.
Apartar la maleza,
en búsqueda del tesoro secreto, ¡secreto!,
he allí lo más bello de la vida.
Pero no vienes, no te interesa.
Se diría que no sabes apreciar
el pan que se te pone enfrente.
Tienes demasiado;
todos tienen demasiado,
y es justamente por eso que no comparten.
Pisoteando se pasan la vida:
¿la vida?, el corredor ése
por donde tambalean indignos.
Pues bien, si no quieres dar no importa:
ya veré cómo le hago.

Miedo a que no haya nada en la televisión

Miedo a que el esplendor no responda.
Hay un miedo a que el ángel sea de arena,
y de sal su mirada viéndonos la próstata.
Miedo a las muchas maneras
de cortar la carne el cuchillo.
Porque la vida es cortar y cortar
y el olor que nos propone la muerte.
Alguien espera nuestra llamada telefónica.

El viejito

Hay un viejito dentro de mí,
y ordena y ordena.
Mi mujer se burla del viejito:
y es que los viejitos son asunto de la risa.
El viejito dice, con Cernuda:
“No creas nunca, no creas sino
en la muerte de todo”.
Y el viejito quiere que la muerte
lo encuentre con las cosas en su sitio:
las flautas, las botellas hace tanto tiempo sin tocar,
las chequeras y las culpas, el hígado,
la biblioteca, la comida del gato.
Pero a la muerte esos Rituales Neuróticos
la tienen sin cuidado.

Dolor de próstata

¿Cuánto tiempo seguirás hablando de ti mismo, por Dios?
Los espejos se vacían apenas de verte.
Las puertas desesperan por partir y no volver.
Las palomas se dan a los gatos,
que maúllan solicitando una silla eléctrica.
Cómo envejecen los poemas,
cuando sostienes un libro entre las manos,
cómo caen a la nada como polillas decrépitas.
Eres el sitio en donde el gozo sufre de la próstata.
Con tu cara sombría y tus quejas y tus quejas
haz convertido el universo en el solo almacén
en donde los niños optan por pudrirse.
Y por eso he decidido no ser tu amigo.

UK

UK habló de su “calamidad”.
Yo también tuve la mía.
Sucedió durante la boda de mi prima.

En ese momento murió el Viejo.
Y murió el Ciego.
Y murió también el Boxeador.

Todas las páginas que he escrito,
me refiero a todas las excepcionales
páginas que he escrito,
adquirieron su peso justo,
y ardieron, y en semejante fuego
ardió a la vez mi diminuto corazón
y nació un corazón sin límites,
vasto, desgraciado, y absoluto,
una ansiedad irreprochable.

Los corredores

Confío en los corredores
porque siempre, siempre, siempre salen a correr,
porque mientras sus hijos se hartan toda la coca del mundo
ellos en cambio sueñan con hacer ejercicios, hacer pesas y correr.
Simplemente corren.

Corren y no piensan en sus esposas,
de cuyas vaginas tiesas salen palomas nostálgicas,
como de un cráneo hendido.
Corren, van a la oficina, se beben una copa con los amigos,
suyo es el tarot infinito del tedio.

Confío en los corredores porque son predecibles,
porque van en las calles aún sin carros, temprano en la mañana,
mientras sus madres vomitan por la quimio.

Son bellos, los corredores.
Son bellos, los corredores.
Son bellos, los corredores.

El asesinato

Detrás de la cortina sucia,
hay un pequeño tú mirándote,
paralizado esperando
con un trémulo revólver,
porque desde luego
te quiere matar.
Su corazón tierno
late con todas las velocidades
de la sangre.
Por fin, mientras escribes
este poema,
sale de su escondite,
pues por fin ha reunido
las fuerzas necesarias
para la bíblica acción,
y ahora ya está detrás
de ti, y su modo de asesinarte
es torpe y singular,
compulsivo y precoz:
caes encima de esta página,
la sangre se detiene
en este punto.

Tour

Bienvenidos.
Tomen asiento.
Hay suficientes sillas negras para todos.
Luego les mostraré la casa.
Es una casa enorme,
pero sus ambientes son estrechos y herméticos.
Lo más relevante que les puedo decir de este sitio
es que aquí no existe la ilusión.
Se terminó la ilusión.
La ilusión cuando termina
es como un hombre
que golpea a otro hombre
con un violín
hasta dejarlo quieto en la alfombra del cuarto,
esto es: del primer cuarto.
El segundo cuarto
es el cuarto de los enfermos,
de los hombres
con órganos interiores
anormalmente grandes.
Para ellos la noción de lo bueno
no es más que una noción borrosa, oscilante.
A veces sirve de algo pensar
que el mundo tiene un propósito,
y a veces ese propósito es una escultura
que conviene luego derribar.
A decir verdad,
ninguno de los tres acuchillados,
ninguno de los tres escogidos,
ninguno de los tres portadores de la máscara,
merece un primer lugar.
En el tercer cuarto
los muros son blancos,
no hay nada.
Nada salvo una lámpara y su bombilla,
y los muros blancos.
Una bombilla eléctrica de hielo
erosionando con su vacío
la realidad paciente.
Nadie está allí, nadie está tomando una foto.
Qué silencio impropio y necesario.
Pero lo más seguro es que si entran sentirán ustedes
cansancio,
cansancio por ese dolor que les calcina el vientre,
tan cansados que no podrán advertir
las sombras y los ángeles.
Y echarán de menos la música,
y sabrán que en sus vidas desaprovechadas
no han escuchado todo aquello
que es preciso escuchar.
En el siguiente cuarto, el de los espejos,
dejan la vida los impuros.
La mujer albina
siempre hace los señalamientos más inquietantes.
Por lo cual es preciso entender,
rápidamente entender
que su dentadura,
su morfología,
el timbre de su voz,
su dibujada silueta,
cada una de las pequeñas venas azules
en su mano larga,
todo el conjunto es una larga ilusión.
Yo les pido a ustedes un poco de cuidado.
Incluso los muertos aquí son traducciones.
No más que malas traducciones,
figuras de silencio.
En la primera oportunidad huyan,
y por favor al salir cierren bien la puerta.
De los otros cuartos nadie sabe nada.

Robemos

Robemos.
El espíritu de la lluvia robemos.
El anillo enterrado en la historia.
El sueño a los pobres.

Seamos niños de verdad, malcriados,
robemos el misterio
de las autopistas,
que los carros colisionen.
Robemos a los hombres
sus dos o tres concepciones de la materia.
Robemos un edificio
y hagamos el amor en todas las habitaciones.
Profanemos la orina de los santos. Robemos:
una pistola;
un niño de dos años;
una bandera tensa de patriotismo.
Robémoslo todo.
La sangre en la herida de la sangre.
La orilla de las cosas.
Robemos una flor.
Robemos,
porque aquí ya no hay más aire.

No bocinar

intersección
confío en el prestigio de la sombra
pistolas suspendidas en el aire

la navaja repetida
autofagia
acotación

un hombre sin valor no es nada
un hombre que decae antes o después
porque no soporta el aire de los tótems
erigidos para el dios Nervio.

el hombre con gran dificultad y muchos discursos diplomáticos

el hombre no es algo que se rompe
y deja de ser algo para luego ser múltiple

los pedazos siempre estuvieron allí
quietos, aparentes, esperando su turno

el hombre ha sido previamente hecho de añicos,
de formas rasgadas
bocinazos

Los idiotas se volverán violentos

El azar es aliado de dos lógicas
que se anulan.

El azar se transforma entonces
en su propio teatro de poder.

Para que no reine la contingencia,
para preservar el sentido
y la lealtad del sentido,
el azar deberá elegir,
o nosotros en su lugar.

La baba lenta de la noche

Además,
la baba
lenta de la noche.

La ciudad
soplando por la ventana.

Estás al lado;
jamás duermes.

Nada más que olvido

La poesía llegará por la vía de la vida o no llegará.
La poesía será pez que boquea maravillado o no será.
La poesía nunca pontifica,
ni cobra regalías, aún cobrándolas,
ni busca perpetuidad alguna.
Pues al centro del poema, execrable hombre de letras,
sólo se llega siendo olvido, y nada más que olvido.

Aneurisma

Las venas simplemente se rompieron.
Mis días, últimamente, son meros extractos
de otros días más viscosos,
hinchados por un aire vacío y célebre.
Y como si de otra cosa se tratase,
una mujer llora sin prejuicios.
¿Escuchan? Es su llanto el que se desespera
debajo de la arena caliente y negra,
arena por donde he caminado hasta perderla.

Es normal.
Salvo que duele como si no lo fuera.
Salvo que me quemo, y mis historias, parece,
son menos relevantes
hoy que otros días me esperan en la sombra.
He pasado a formar parte
de la galería de los canallas sepulcrales.

Me aplasta un teléfono gigante,
un trueno de palabras no dichas;
he concebido úlceras estrepitosas,
quizá verdaderas;
tengo un proyecto inconcebible: dormir.

Se retira el mar y aparece otro mar debajo:
más negro, más constante.
Pero no podemos dejar que la muerte
nos confunda, y que nos confundan tantos
ebrios ahogados.
Murieron cantando.
Murieron cantando grandes himnos
fosforescentes y locos.
El dolor, a veces, consiste en otra cosa.

La sangre: 1) corre hacia abajo por los dedos;
2) se desprende de ellos;
3) vive un momento de gloriosa independencia;
4) expira bruscamente en el suelo.

Nadie conoce claramente
la especial avidez de los cerebros.
Nadie sabe del todo por qué se gastan
en cosas bellas y banales,
antes de vaciarse hacia la nada estricta,
esa fotografía.

En las manos frías

En las manos frías
de los niños pobres
hay poesía, es sabido:
la mejor, la más fina,
la más cara poesía encontrable
en la faz de la tierra.

Los he visto,
tantos escritorzuelos,
sátrapas mercenarios, buscarla,
con esa avidez devoradora
con que otros van tras la droga
más obscura. Trasegando,
dementes, desesperados.
Cuando hallan un niño
le cercenan las dos manos
de un simple machetazo,
para después exhibirlas
en el poema, diciendo:
“Miren esta injusticia,
miren estas manos frías”.

Qué pena me da.
Pues ellos dicen que lo hacen
por amor, pero esos niños
con muñones, esos niños
ya sin manos, terminan siempre
ahogándose en toda esa sustancia poética,
en toda esa poesía inútil,
creada para satisfacer el exquisito
gusto de los exquisitos revolucionarios,
que así se conmueven.

La Obra Ganadora

Cierto día,
asesinos, corruptos, inquisidores,
hombres todos asociados al mal,
ya cansados de ser vistos como Bestias Insensibles,
decidieron realizar una reunión extraordinaria,
una especie de retiro creativo,
con el objetivo de mejorar su dudosa política
de relaciones públicas,
y cambiar la percepción que nosotros los otros
tenemos de ellos los mismos.

Luego de un brainstorming estreñido, doloroso,
auténtico parto,
concibieron una idea brillante:
¿por qué no hacer un concurso de poemas?

“¿Cómo no se nos ocurrió antes?”,
se miraban unos a otros, incrédulos:
“De esta manera,
podemos quedar bien
con artistas, humanistas,
pensadores y público en general”.

Asesinos, corruptos, inquisidores,
todos estuvieron presentes el día de la premiación.
El poeta laureado apenas sabía leer,
y no obstante leyó
el acezante poema.

De más está decir que los presentes quedaron muy satisfechos
con la Obra Ganadora.

Sadam en la horca

Sadam en la horca
y aún sigue hablando.
Sadam ahorcado,
y bla bla bla
bla.

Su cuerpo
se cubrirá
de pequeñas
calaveras
subatómicas.

Y todavía así,
seguirá platicando
con la Historia,
que por supuesto
ya lo habrá olvidado.

S13

Conocí a Edwin por accidente, por fortuna, por error.
Soy periodista. Un fotorreportaje sobre las maras, me dijo el editor.
Edwin apareció en mi vida dos días después.
Se dejó fotografiar, tranquilamente.
Sus tatuajes eran arañas que caminaban por el barrio.
La verdad daba un poco de miedo, parecía un monstruo, Edwin,
pero Edwin no era un monstruo, al contrario,
Edwin era un niño, Edwin era un niño, Edwin era un niño buscando su oreja.
Hay fotos que son catedrales. Tengo una de Edwin viéndome fijo.
Lo seguí frecuentando. Nos juntábamos en su casa, me conseguía
rica piedra para fumar.
Le regalé una navaja. Le expliqué que esa navaja
me la había dado mi abuelo, y le expliqué quién era mi abuelo, y eso le gustó a Edwin.
Ese día que lo conocí, Edwin había, digamos, matado a alguien,
me parece que había matado al que había matado a su novia.
Yo no la conocí a ella, pero supongo que fue bella, como él.
Con Edwin fumábamos piedra hasta el amanecer rojo.
A esa hora escuchábamos todas las ambulancias del mundo.
A esa hora nos querían matar.
Edwin paseaba de un lado al otro del cuarto con el fierro en la cintura.
Y hablaba y hablaba, oficiando misa de paranoia y venganza.
“Vida loca”, decía Edwin, como disco rayado.
A veces soltaba frases desconcertantes:
“El sol brilla en los relojes de los que no saben nada de las clicas”.
Eso dijo Edwin.
Edwin me presentó a sus amigos: Choky, Locote, y Satán Broder.
Me dijo un día: “Ya la usé”.
“¿Qué cosa?”, dije. “La navaja”, me respondió.
La había usado para darme gusto, para decirme que ya la había usado.
Otro día estábamos fumando piedra con los homies,
y juro que Edwin agarró una hoja de papel y un lapicero y se puso a dibujar barcos,
barcos y lenguas y enanos crepusculares, maniquís y mundos y formas sin forma.
Edwin era un niño, Edwin era un niño, Edwin era un niño buscando sus dientes.
En la escarcha de los siglos estamos todos.
Cuando los cholos me retaron, le conté a Edwin, por contarle nomás.
A Edwin no le gustó nada. Me preguntó quiénes fueron.
Aparecieron muertos al día siguiente, todos decapitados.
Edwin era un niño, Edwin era un niño, Edwin era un niño buscando sus ojos.
Edwin murió asesinado una semana después, sin ojos, ni dientes, ni la oreja derecha.
No quise fotografiarlo. Mi editor se puso furioso conmigo.
Esa noche me compré dos cargas de piedra, y me puse a dibujar.

Emocionante

El gringo estándar, ya saben:
a veces le da por leer
esos gordos thrillers políticos
de pasta dura,
y a veces por adaptarlos al cine,
y luego a veces le da por adaptarlos
a la vida real,
y es muy emocionante,
muy emocionante…

Torres gemelas

Un pájaro se estrella contra un avión
y un avión se estrella contra la ventana.
Del otro lado de la ventana,
un hombre dice su nombre,
y me parece que es la primera vez
que lo dice con tanta nitidez,
como si en verdad fuese suyo.
No es la hora de los santos.
No es la hora de los santos.
Un niño ha olvidado algo en su escuela,
no recuerda qué,
la escuela está cerrada.
“Los Estados Unidos castigarán estos actos cobardes”,
dice el Presidente.
Las escuelas están cerradas.
Un pájaro se estrella contra un avión
y un avión se estrella
contra la pantalla del televisor,
y de la pantalla del televisor
aprendemos que los siglos son esto.
Los niños hoy no podrán ir a estudiar;
pero tendrán muchos escombros
para entretenerse
y reconstruir el puzzle de la historia.
El hombre y el hombre son dos torres que se odian.

Nueva York, puerto del humo, puerto de polvo.
Los esqueletos
se reparten su grito en la imagen muda.
Un pájaro se estrella contra un avión
y un avión se estrella
contra el pellejo de las razas.

Suposición

Supongamos
que usted y no el otro
es el enemigo,
supongamos que ante los ojos
de las cosas
usted es el terrorista
y, también, el genocida,
supongamos que,
al pasar en la calle,
la gente susurra: ‘allí va’,
‘es él’, ‘vámonos de aquí’,
supongamos que esa pistola
que tiene en la mano es real,
y con ella ha matado
a un hombre talvez.
¿Estaría usted tan tranquilo?
¿Abrazaría a sus hijos?

El sol

Por lo visto,
el sol se ha enamorado
del edificio, cubriéndolo
con una luz sofisticada,
bastante irreal.

Es el mismo sol
que ayer se enamoró
de una muchacha iraquí,
cuando ésta lloraba,
cuando ésta lloraba.

El mismo sol anteayer
acariciando
sin reservas una nube
gruesa y radioactiva,
año 1945,
agosto exactamente.

¿Por qué no protestó,
oscureciéndose?

¿Cómo pudo ser testigo
de todo?

Díganme,
¿cómo es que aparece,
hoy de nuevo,
así campante,
tan hermoso,
y baña las ventanas castas
del edificio,
como quién no está enterado
de nada?

¿Es que nadie le piensa
decir algo?

Hay ese límite

Hay ese límite,
hay sangre limitada,
hay huesos,
hay petróleo gastándose
y energía gastándose
y televisores que nadie ve,
hay alguien que hubiera
querido tener una pistola,
hay hombres de rodillas
delante de otros hombres
de rodillas,
hay niños desnudos,
ningún tatuaje,
hay impresionantes tanques
adornados,
hay distinguidos cánceres
de próstata,
oh presidentes,
hay eras que ya fueron,
mundos y no más,
lo efímero expresamente
en las células de nadie,
hay algo como la muerte
que contribuye,
hay ese hecho, ese martillo
bajando al cráneo artificial
de los necios,
hasta los necios se mueren,
hay ese límite.

Sri Lanka (III)

Tierno vaho,
máscara vaporosa,
sobre el museo de cuerpos.
El sol regenta
la vida de ciertos insectos.
Lo demás está duro.

Amanecer

Cuántos siglos en un punto sucio:
juntas las cenizas,
tótem de lo inútil,
efigie para un inservible cartílago.

Pero en lo mojado,
con algo de boreal
y magnífico,
las sangres reunidas
nos visten.

El navío

Se sabe,
de todos es sabido,
que por las calles de NY
se mueven grandes bloques
de frustración y cosas no resueltas,
son como icebergs masivos, invisibles,
como grandes navíos
llevando piedras y mandamientos,
fluidos humanos y armas nucleares,
y que a veces los hambrientos,
que cada vez son menos,
logran verlos.

Un racista

Un blanconegroasiático
se me acercó
el otro día.

Le pregunté:
"Y Vd, ¿a qué se dedica?".

"¿Yo?", dijo.
"Soy racista", agregó.

"¿Cómo racista?", pregunté.
"Sí, racista".

"Pero si Vd. es blanconegroasiático."

"Justamente", respondió.

Sri Lanka (II)

Orines, torbellinos
de dioses decrépitos,
trajes, espumas
negras.
Detrás de toda ola
otra viene,
y después mil más,
dejando los huesos cristalinos,
nutriendo la gloria mineral
de los cráneos,
pasto y fuego,
juntos devorados.

Lorcacenizas

El ángel urbano
ha ingresado en mí;
quiero decir que ha ingresado
por mi culo,
con todos sus rascacielos,
taxistas, toneladas de maquillaje,
sus sordos catorce mil Estados Unidos,
subtitulados, editorializados,
su gringo abril inútil,
frío siempre aún,
su metro velludo,
extraterrestres en automático,
siderales personalidades,
puntos de fuga
–arriba, adelante,
a los lados–
y agua embotellada.
En cámara lenta
los preciados hijos andróginos 11/S
caen, desde el piso veintiuno.
Ayer eran todas esas páginas
de las guías telefónicas,
lanzadas al vacío
por tantísimas manos borrachas:
el día D:
se hizo la luz en Broadway
(la ciudad estaba a oscuras,
temerosa de las bombas):
mi abuela casi desfallece:
sólo conocía la escasa
electricidad de Tiquisate.
¿Volverá a apagarse
la ciudad, ahora
que los pájaros arrancan edificios?
Es caro este lugar:
los espejos caros;
las razas tienen su precio.
Nueva York exige tu culo,
tu éxtasis,
tu recíproca miseria,
tu arquitectura interior,
tus venas doloridas,
de allí es de dónde
saca la electricidad,
y a cambio te da, por fin,
el iniciático boleto, para el metro.

Viejas carreteras

Viejas carreteras,
soles antiguos,
y sus silencios blancos,
moscas.

Sri Lanka (I)

Asesinada
una araña
de patas tiernas
en Sri Lanka.
Asesinado
el hijo
de la señora del almacén
de Sri Lanka.
¿Y la hermana?
También.
¿Y el hermano?
Asimismo.
¿Y la señora?
Yace delicadamente
en la calle,
el cuello quebrado.
Las olas han hecho
su labor oscura.
Nadie contesta.
Ésta es la luz más pura,
brillando sobre lo sucio.

Ámsterdam

Ésta es mi versión
de Ámsterdam,
fría su noche,
gente bien vestida,
tranvías, otoño.

Pero lo completamente honesto
es decir que el frío
se ha retirado de la calle,
derrotado por tu aliento,
Claudia.

En cuanto a ustedes,
hermanos irrecusables,
hermanos cuyas manos
son piedras,
no me interesa extrañarlos,
estoy en Ámsterdam,
no quiero saber
quién es el nuevo presidente.

Mudo

Sucio el mundo
sin palabra.

El ángel cegador

Esta pereza
de extender la mano en Nueva York,
esta pereza de estar vivo,
esta pereza,
estas uñas flojas,
cayéndose,
en las tiendas de zapatos,
esta pereza,
cada esquina,
los choferes,
con un brazo más gordo que el otro,
cantan.
Ayer, un hombre
me mostró su pierna
aureolada, sucia,
de dos dólares:
esta pereza evolucionada,
morfológica,
que consiste
en buscar pestañas a cuatro patas,
para no ver cómo los bajan
a tiros en la frontera,
que consiste en tomar
el submarino oscuro, y vegetar.
Ángel cegador,
pereza de levantar la vista:
los edificios,
los espejos de la catástrofe.

Cansancio

Este cansancio,
este chimpancé
muriéndose
en tus huesos.

Los edificios

Los edificios

calientes,
rojos,
vacíos,

nos miran

con sus ojos
chamuscados.

Himno para nosotros, himno para ustedes

Estamos cansados
(y ustedes también).
Los panales arden en el fuego
de la muerte.
Los dioses vacilan
en la neblina.
Éramos carnales,
y ahora somos
como palabras despreciadas.

Hay que matar algo.
Yo digo que hay que matar algo.

Que el espíritu libre de algo
acuchillado nos devuelva
el lado inverso de la noche,
nos devuelva lo parido,
nos haga sentir la breña.

Piedra hecha sangre.
Sangre hecha sed
de sangre.

Volveremos a andar.
Volverán los insectos
a limpiar nuestro hígado.

Antigua

A Tavo
Muda
no eres;
o muda
eres susurrando;
y lo que dices
en voz tan baja
es la crónica de los santos
de los navíos de hueso
debajo atrapados
de las ancianas
iglesias…

Meditación

El vacío sobre una pestaña.
Yo sonriendo.

El Rey de las Góndolas

He comido inmensas vacas,
bajo el crepúsculo,
bebido la sangre
de las muñecas
de plástico.
Raíz a raíz,
arrancado los peces blancos
del agua: qué poco gritan,
cuando a veces lloran.
Lentamente,
seré nombrado
Rey de las Góndolas:
cuando nada sirva,
cuando todo flote.

Izabal

Practican su evangelio las hormigas.
Detritus metafísico,
a la orilla del vientre reventado.
El viento como anunciando
con furor la calma.
Los perros aguardan su comida.
Espumean las cañerías mediocres.
Arañas; venenos; odios antiguos; kekchís.
Entraña de Shakespeare, plateada de crepúsculo.
Infinita obsesión de la arena.
El muelle es verga
buscando el horizonte.
A las algas muertas este poema.
A esa palabra que jamás encuentro,
en cualquier caso.

Monedas europeas

Monedas europeas,
obedientes en el bolsillo
de un viajero que se pregunta cosas.
En los trenes quirúrgicos
de Europa
hay otros mil viajeros
como él,
tajantes solitarios,
se aburren, bostezan,
pero se preguntan cosas.
Yo me pregunto, por ejemplo,
mientras duermes,
si hoy te has sentido
menospreciada,
por mí, por otros,
si debí darte más cariño atrás
en la estación,
y la pregunta circula
en todos los vagones
como un fantasma patológico,
alterando las preguntas
de los demás viajeros
y ciertamente mendigando
monedas europeas.

No hay un sur

No hay un sur;
hay muchos,
y a todos camino,
a todos voy,
desde lo inerte,
hasta nacer.

Mi corazón revolucionario

El corazón respira, no una,
sino dos o y hasta tres veces al mismo tiempo.

Consideren que es ya un corazón viejo
para tales andanzas,
para tales indignaciones, para tales arrebatos,
amonestaciones,
pero él no se siente viejo.

En mi corazón nadan peces resistentes:
en este abismo sin tregua.
En mi corazón las banderas escuálidas
todavía generan tempestades.
En mi corazón la voz todavía brinda por los muertos.
En mi corazón hay una idea fija, un murciélago.

Mi corazón no se está quieto.
Me deja pasmado con tanta actividad:
envía mails, opina, disiente, ametralla.
Mi corazón no quiere saber nada de la próstata,
no quiere saber nada de la garganta (pus en la garganta),
no quiere saber nada de los pulmones
(y jarabe de tabaco),
no quiere saber nada de comida ni de dormir,
ni se pone algo para el frío,
y está enfermo pero sigue.

Mi corazón está en su lucha.
Por favor no lo distraigan.

La mano de Dios

La mano de Dios,
el dedo de Dios:
la luz agotada, extasiada.

Catorce pájaros

Yo creo que ya va siendo hora
de soltar a los pájaros.
Yo creo que los pájaros
han quedado atrapados en oscuros archivos,
que es hora de soltarlos.

Ya, vamos de una vez, es hora de soltarlos.

La nada se afeita con catorce cuchillas.
Luego va a la calle, y contempla el escenario.
Pasea en la avenida, y la gente la saluda.

(Así resbalan las verdes espumas.
Y los años envían sus postales culpables.)

Nos han traspasado innumerables jornadas.
Jornadas como monedas oscuras
en el parquímetro del silencio.

Se ha doblado el universo en un solo punto,
pequeño, pequeñito, más pequeño:
como un lunar, como un cáncer no descubierto.
Ya no ponemos los ojos en él,
lo empequeñecemos nosotros,
nos inventamos un gran cansancio imaginario,
para cubrirlo, para ya no verlo.

Es un punto.

Son catorce pájaros.

Son catorce mudos testigos.

Mañana serán quince. Y después serán más.
Y todos, sin excepción, habrán visto
el acero sucio golpeando la seda, golpeando el sudario transparente,
sentido la verdad goteando sobre una caja dura.

Entonces, qué más da.
¿Por qué no soltarlos de una vez,
a los pájaros, a los eternos pájaros,
para que digan su verdad?

Debajo de la ciudad

Mis puños sangran en Venecia.
Todas las palomas
vienen a beber de mi sangre.

¡Llamen a los carabinieri!
¡Me están comiendo vivo!

En una calle nos separamos,
a propósito, con maldad,
por la mera gracia de hacerlo
y saber si nos encontraríamos
más tarde en otra calle,
para luego perderse otra vez,
a propósito, etc.

Efectivamente,
nos encontramos más tarde,
peleamos y nos dimos besos
sobre el puente trágico.
Y luego efectivamente
seguimos peleando
porque tú querías
comprar cosas minúsculas,
y yo, más exasperado,
quería vagar, quería vagar.
Pero así es a veces la verdad:
talvez de vidrio,
talvez de Murano,
hombre y hembra
a punto de abandonarse
en Venecia,
hombre y hembra
a punto de abandonar Venecia,
hombre y hembra
y Venecia abandonada.

En el agua, debajo del puente
y hasta el fondo
una niña juega
con pequeñas góndolas de madera.
Hace calor, y hace frío.
Mis puños sangran en Venecia.

Mis dedos

Hoy mis dedos tocan
una antología de piedras,
un sermón viejo.

Noche oscura en Berlín

Alemania intraducible.
De acuerdo, Alemania es intraducible
y su noche en Berlín oscura.
Cubre las zonas edificadas de la ciudad,
en dónde todo es nuevo,
las paredes y los urinales.
El olor insoportable de lo nuevo
nunca desaparecerá, aunque envejezca.

Una ventana

Una ventana es
un orgasmo quieto;
del otro lado
el cielo azul.

Una muerte en el lago (extracto)

Siete soles se derrumban en tu mano.

Tantas cápsulas
flotando en el aire, evitándose.

Antes éramos muchos, tú y yo,
y nos divertíamos a tiempo.

Nos arrastrábamos por las calzadas, tú y yo.

No pensábamos en las cosas
y en las venas hechas de tiempo, tú y yo.

No sabíamos sangrar.

Tú y yo,
los sabios,
los mismos,
los de las flores que se evaporan
en la noche tremenda.
Hay sitios,
hay circos mejor escogidos
que los que nosotros escogimos.
Hoy la idea de cerrar los ojos me desvela.

Cuento las cápsulas en el aire.

Mi novia ha dado a luz un croissant

Mi novia –la Lupe– ha dado a luz un croissant.
Estas cosas pasan, por muy raro que parezca.
La vida nos siempre transcurre como uno quisiera.
¿Quién dirige, quién se ríe de nosotros los pequeños
hombres rosados un poco? Lo ignoro.
Pero de que le gusta reír no cabe duda.
Es un Dios algo artista, si me lo preguntan.
Porque ya es bastante con las cuentas y los poemas frustrados: ahora mi novia la Lupe
ha tenido en lugar de un varón un croissant.
Y la verdad no sé si ponerle nombre o mejor comérmelo.
Está relleno de jamón y queso.

En la casa de D´Annunzio

En fin,
D´Annunzio,
así es la vida,
una tortuga indigesta
al final de la mesa.

Y no obstante
–y para ser sinceros–
usted y yo nos divertimos bastante.

Navegamos juntos
en infinitas ocasiones,
¿recuerda?
La luna se extasiaba en el lago,
y lentas eran las horas
y lentos los susurros.

Extrañaré sobre todo
nuestras conversaciones,
caminando en los jardines,
mientras las gaviotas nocturnas
nos comían los pies fríos.

Yo estaba con usted
cuando le dieron la gran noticia.
Ese día celebramos
hasta las seis de la mañana,
hora cuando los trabajadores
terminan su labor
y van a besar a sus esposas muertas.
Los veíamos pasar
desde su tumba alta,
D´Annunzio,
y estábamos contentos,
poníamos sangre tibia
sobre el hielo,
y por un momento
olvidábamos incluso el miedo al cáncer.

Tengo mucho que contar
a los que aún no nacen,
mucho sobre nuestras
travesuras interminables.
¿No es cierto que enterramos
las cenizas de Santa Lucía
debajo del gran olivo dorado,
y que ella estaba loca de rabia
buscándolas por toda la casa,
y tropezando con todo,
las estatuas, los órganos, los libros?

Por eso,
y aunque ya no bebo,
D´Annunzio,
me gustaría tomar con usted
una grapa,
y reservarme un momento del día
para redactar este poema.

La vida es una tortuga indigesta
al final de la mesa,
cómo negarlo,
pero usted y yo
nos divertimos bastante.

Mi venganza es no haber asesinado

Mi venganza es no haber asesinado.

Un hígado.
Un intestino.
Otro ovario.

Pero mi venganza es no haber asesinado.

Yo conozco lo que significa vivir
adentro del pájaro de alas cosidas
que va volando ebrio contra los muros.
Su vuelo cuenta la fábula
de otros veintisiete pájaros
incrustados como insectos de grito.

Pero mi venganza es no haber asesinado.

En la puerta,
en esa famosa puerta,
está escrito todo el misterio.
Caerá el signo
que endereza las vértebras.

El caminante

Caminante de la calle Rochechouart,
con la cabeza del Bautista en la mano.

Caminante,
cabeza en mano,
hombre de esqueléticos azares.

Caminante,
eternizado
delante del aviso mesiánico:
“Le nouveau Beaujolais est arrivé”.

Paris, piedra sobre nervios.

Oscura lengua la noche

La luna, la sangre, Lorca mi nombre,
y ustedes mis asesinos.
De mi mano
nacen las hormigas
que son como el pueblo de mi muerte.
Hormigas negras de Granada,
en procesión épica,
en busca de los ojos
con que ustedes no me miran,
antes de matarme.
En Granada brotarán los oscuros,
los fecundos rascacielos,
y los picos de los pájaros
van chorreando lágrimas ácidas.
Por eso el piano,
por eso el ángel,
astillando muebles y posesiones,
resquebrajando muebles y posesiones.
¿Miedo?
No estoy solo:
además del maestro,
y los dos banderilleros,
están uno a uno los demás,
los arrancados, los de la ceniza en la garganta.
Hoy seré libre.
Hoy seré hombre y mujer, al mismo tiempo.
¿No sienten?
Oscura lengua la noche,
recomenzando su plegaria.
Embrujada voz de los caminos.
Las hormigas se acercan.
Sobre los ataúdes.
Sobre las mordidas serpientes.
Sobre los labios de los que aún duermen,
apaciblemente ignorando
cómo acuchillan a sus vecinos.
Les aconsejo que disparen pronto.
Disparen pronto.
A ustedes mis verdugos
les dedico este poema.
Porque están temblando.
Y sólo ciegos podrán escucharme.

Polvo y ceniza

Polvo y ceniza
hay en tus ojos.

El acto

Los apóstoles del viento
encallaron
en mi vientre.
Las raíces como uñas viejas,
lentas y oficiosas
nos traen el olor
de los muertos.

Ésta es la única bestia.
Éste es el momento de la poesía.
No hay ningún espacio para reproches.

Oh
Sanador,
repartidor de las espinas nupciales,
trae a mí
el acto que derriba las puertas,
y une mi sangre a la sangre del asesino.

Lo he visto mil veces

Ésta es la crónica
del murciélago hundido
en el diente
del satélite
que ha rodado
hasta el fondo pétreo
de las subtierras.
YA NADIE CANTA
NI NADIE TRADUCE.
NADIE HACE UN PREFACIO
NI TAMPOCO UN EPÍLOGO.
Perfectamente
en la unidad del tedio,
mientras los trovadores
–arrugados, las manos
de malaria– trabajan
en las farmacias,
autorecetándose
cosas, generando grises
combinaciones para curar
la falta de dulzura,
pero la Diosa Dulzura
es una perra que no
olvida…
Por supuesto que
no olvida…

Éste es el cuasipoema
surgido de lo más amarillo
de la materia.
Todos los fenómenos
han muerto;
no son más que polvo
de anfetamina
fragmentado en el cosmos,
yendo de izquierda a derecha,
y de derecha a izquierda,
poblando las grasosas
hectáreas de los parqueos.
Todos los fenómenos
y las lindas criaturas
han muerto:
el Gran Ajá ha muerto:
el Fabuloso Flash Sináptico:
sólo quedan las estatuas
y los mobiliarios
las latas catatónicas,
la locura informática,
acumulándose en el ático
de las grandes cadenas de pizza.

Sucias camas de Montparnasse

Estructuras
ventanas
puentes
sucias camas de Montparnasse
todo se aflojó
en el viejo Paris
porque una mujer
cayendo gritaba
el nombre sutil
de un hombre maldito:
Modigliani

Los toros

Los toros
muertos en el éxtasis
de la basura.
 
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