La luna, la sangre, Lorca mi nombre,
y ustedes mis asesinos.
De mi mano
nacen las hormigas
que son como el pueblo de mi muerte.
Hormigas negras de Granada,
en procesión épica,
en busca de los ojos
con que ustedes no me miran,
antes de matarme.
En Granada brotarán los oscuros,
los fecundos rascacielos,
y los picos de los pájaros
van chorreando lágrimas ácidas.
Por eso el piano,
por eso el ángel,
astillando muebles y posesiones,
resquebrajando muebles y posesiones.
¿Miedo?
No estoy solo:
además del maestro,
y los dos banderilleros,
están uno a uno los demás,
los arrancados, los de la ceniza en la garganta.
Hoy seré libre.
Hoy seré hombre y mujer, al mismo tiempo.
¿No sienten?
Oscura lengua la noche,
recomenzando su plegaria.
Embrujada voz de los caminos.
Las hormigas se acercan.
Sobre los ataúdes.
Sobre las mordidas serpientes.
Sobre los labios de los que aún duermen,
apaciblemente ignorando
cómo acuchillan a sus vecinos.
Les aconsejo que disparen pronto.
Disparen pronto.
A ustedes mis verdugos
les dedico este poema.
Porque están temblando.
Y sólo ciegos podrán escucharme.
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