Estás buscando
atajos cósmicos
pero en la vida
no hay atajos;
la vida es lo que es.
Estás confeccionando
estrategias,
puliendo, abrillantando
tus mejores espadas,
pero el ser es inmune
a cualquier filo, no sangra.
A veces sangra,
pero jamás nada le duele.
Estás vivo, y todo vive en ti.
Horrores y dulzuras
se tuercen y se arquean,
como hierros,
como blancos reptiles
bajo tu universal mandato.
¿Y qué?
También el tedio
–reposo de las siete ambiciones,
alfabeto de una sola palabra–
es un cuerpo.
Quieto. No te muevas.
No pretendas. No des un paso.
Que algo más sabio,
menos sudoroso,
más muerto que tú
te muestre
la durísima lección.
Porque tu sola voluntad
no basta para hacer brillar
este minuto más que los otros.
Y lo quieras o no,
tú también estás en la fila.
En un mundo divino,
en una divina ciudad,
ángeles y aves
riñen para no verte,
aunque tú no puedas verlo.
Ahora: te voy a dar
un consejo:
aléjate de las esquinas
de tu corazón,
de los vientres
que decoran
las paredes
de tu órgano lívido.
Y mientras puedas,
mi gota de odio,
mi pequeñísima gota de odio,
ve y revienta
en el único cráneo del olvido.
Así sabrás de qué está hecha
una página en blanco.
Poemas-abortos. Considérese este blog un altar de mis fetos sucesivos, está destinado a reunir las sustancias residuales. Puah… La web es la tremebunda fosa séptica que la totalidad de los poetas esperábamos desde el principio de los tiempos, el Amatitlán en donde podemos vomitar todo aquello que no se alzó a la luz de ser libro, el basurero sinfónico: la Zona 3. Y ya se sabe que en la Zona 3 nunca hubo cocaína: sólo veneno y gamezán. Maurice Echeverría.
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