En fin,
D´Annunzio,
así es la vida,
una tortuga indigesta
al final de la mesa.
Y no obstante
–y para ser sinceros–
usted y yo nos divertimos bastante.
Navegamos juntos
en infinitas ocasiones,
¿recuerda?
La luna se extasiaba en el lago,
y lentas eran las horas
y lentos los susurros.
Extrañaré sobre todo
nuestras conversaciones,
caminando en los jardines,
mientras las gaviotas nocturnas
nos comían los pies fríos.
Yo estaba con usted
cuando le dieron la gran noticia.
Ese día celebramos
hasta las seis de la mañana,
hora cuando los trabajadores
terminan su labor
y van a besar a sus esposas muertas.
Los veíamos pasar
desde su tumba alta,
D´Annunzio,
y estábamos contentos,
poníamos sangre tibia
sobre el hielo,
y por un momento
olvidábamos incluso el miedo al cáncer.
Tengo mucho que contar
a los que aún no nacen,
mucho sobre nuestras
travesuras interminables.
¿No es cierto que enterramos
las cenizas de Santa Lucía
debajo del gran olivo dorado,
y que ella estaba loca de rabia
buscándolas por toda la casa,
y tropezando con todo,
las estatuas, los órganos, los libros?
Por eso,
y aunque ya no bebo,
D´Annunzio,
me gustaría tomar con usted
una grapa,
y reservarme un momento del día
para redactar este poema.
La vida es una tortuga indigesta
al final de la mesa,
cómo negarlo,
pero usted y yo
nos divertimos bastante.
Poemas-abortos. Considérese este blog un altar de mis fetos sucesivos, está destinado a reunir las sustancias residuales. Puah… La web es la tremebunda fosa séptica que la totalidad de los poetas esperábamos desde el principio de los tiempos, el Amatitlán en donde podemos vomitar todo aquello que no se alzó a la luz de ser libro, el basurero sinfónico: la Zona 3. Y ya se sabe que en la Zona 3 nunca hubo cocaína: sólo veneno y gamezán. Maurice Echeverría.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario