Poemas-abortos. Considérese este blog un altar de mis fetos sucesivos, está destinado a reunir las sustancias residuales. Puah… La web es la tremebunda fosa séptica que la totalidad de los poetas esperábamos desde el principio de los tiempos, el Amatitlán en donde podemos vomitar todo aquello que no se alzó a la luz de ser libro, el basurero sinfónico: la Zona 3. Y ya se sabe que en la Zona 3 nunca hubo cocaína: sólo veneno y gamezán. Maurice Echeverría.


Lorcacenizas

El ángel urbano
ha ingresado en mí;
quiero decir que ha ingresado
por mi culo,
con todos sus rascacielos,
taxistas, toneladas de maquillaje,
sus sordos catorce mil Estados Unidos,
subtitulados, editorializados,
su gringo abril inútil,
frío siempre aún,
su metro velludo,
extraterrestres en automático,
siderales personalidades,
puntos de fuga
–arriba, adelante,
a los lados–
y agua embotellada.
En cámara lenta
los preciados hijos andróginos 11/S
caen, desde el piso veintiuno.
Ayer eran todas esas páginas
de las guías telefónicas,
lanzadas al vacío
por tantísimas manos borrachas:
el día D:
se hizo la luz en Broadway
(la ciudad estaba a oscuras,
temerosa de las bombas):
mi abuela casi desfallece:
sólo conocía la escasa
electricidad de Tiquisate.
¿Volverá a apagarse
la ciudad, ahora
que los pájaros arrancan edificios?
Es caro este lugar:
los espejos caros;
las razas tienen su precio.
Nueva York exige tu culo,
tu éxtasis,
tu recíproca miseria,
tu arquitectura interior,
tus venas doloridas,
de allí es de dónde
saca la electricidad,
y a cambio te da, por fin,
el iniciático boleto, para el metro.

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